En esta ocasión, David Allen recurre a una vivencia personal de su juventud para reflexionar acerca de cómo reaccionamos ante las crisis y qué aprendizajes podemos extraer de la gestión de estas para lidiar con nuestro día a día.
Mi trabajo de verano, antes de irme a la universidad en 1965, fue como recepcionista nocturno en la sala de urgencias del hospital del condado de Huntsville, Alabama; era un centro construido para atender a unos pocos miles de personas en una pequeña comunidad rural, pero que ahora tenía que atender a cientos de miles, traídos a la ciudad por el nuevo programa de misiles Apolo. Los sábados por la noche, la pequeña sala de urgencias solía ser un caos, con víctimas de accidentes de coche en el pasillo. Esos turnos eran los que se me pasaban más rápidamente y con los que mejor dormía después.
La crisis promueve una especie de serenidad. Entonces, ¿por qué la gente suele entrar en su «zona»? Es por lo que exige la situación: involucrarte de la forma adecuada. Piensa en la última vez que te encontraste en una circunstancia así. ¿Cuáles fueron los componentes fundamentales de tu experiencia y comportamiento? Integración inmediata de la información potencialmente significativa; definición clara de los resultados deseados; confianza en tu juicio intuitivo; decisiones sobre las siguientes acciones específicas y actuación física sobre lo más crítico; recalibración coherente de todos los factores según es necesario; aceptación de lo que no se puede y no se necesita hacer en ese momento. Todos estos son elementos básicos del triaje y, en realidad, de la involucración idónea en cualquier situación. Juntos te llevarán a tu «zona».
¿Por qué nosotros (y nuestras organizaciones) no vivimos y trabajamos en esta zona? Uno pensaría que es obvio que se trata de la forma más eficaz de hacer las cosas bien con los mínimos recursos. La respuesta es sencilla: sin una emergencia clara e inmediata, los límites de la psique se liberan para hacer frente a la naturaleza infinitamente compleja y multifacética de nuestras relaciones con el mundo: tu jefa, tu organización, tu coche, tus hijos, tus vacaciones, tu salud, tu banco, tu equipo directivo, tu carrera, tu perro, tu vieja impresora, tus padres.
Sin ningún desastre inminente, lo más probable es que estés en uno aún mayor. Es más peligroso porque es insidioso. La crisis genera estrés, sin duda, pero esa presión se aborda, se aprovecha y se alivia. El estrés de los aspectos potencialmente abrumadores de la vida y el trabajo se convierten en la rana hervida que no quiere salir del agua que la cocina lentamente hasta la muerte. ¿La solución? Aprender de lo que las crisis nos enseñan sobre involucrarse de manera adecuada y practicarlo día a día, en lugar de esperar a que una crisis nos obligue a ello.
- Integración inmediata de aportaciones potencialmente significativas.
Captura todo lo que te llame la atención en tus bandejas de entrada, para abordarlo cuanto antes.- Enfoque en los resultados y la acción.
Aborda lo que has capturado. Decide qué hay que hacer con lo que te ha llamado la atención y cuál es la siguiente acción física y visible necesaria.- Recalibración constante.
Da un paso atrás y visualiza versiones organizadas de la «foto» general, con las recursiones y la altitud adecuadas. Incorpora regularmente las novedades, para mantener una imagen clara, actual y precisa de tus paisajes.- Confiar en el juicio intuitivo.
Ejecutar suficientemente los tres principios anteriores te permite tomar decisiones con confianza sobre cómo enfocar tus recursos. La única perfección es involucrarse de forma adecuada en el ritmo y el contenido de un universo cambiante y dinámico.Necesitamos mucha más prevención que parches. Haz tus «rondas» por el campo de tu vida, no sólo por la quinta planta. ¿Por qué hay que relegar los «cuidados intensivos» a los resultados de su negligencia?
David Allen